lluvia de verano

A medida que nos acercábamos al cielo amenazante, vimos como llovía todo alrededor. Hubo un rayo y se largó. El de vuelta era un paisaje similar al que habíamos visto al subir la montaña, pero el flash fue otro completamente distinto. Agua adorno divino, probablemente más noble que el bañado en oro, cayó del cielo como un filtro criterioso que barniza la belleza natural del paisaje selvático. La hace brillar, reconoce sus formas, las respeta. Esas formas dificultosas, de las que suponemos caminos por los que pasan pequeños ríos, cuando el día es soleado y te encontrás gente en todos lados. Los surcos en las piedras gigantes, preconcebidos como miles de alfombras rojas, fueron ocupados, recorridos eternamente por la vedette cristalina y sagrada. Mojados, drogados y conmovidos: afortunados, los humanos presenciamos la aparición de un espíritu ancestral. Cuando llegamos a la cascada, en secreto, lloré de la emoción. Me gusta pensar que, en una conexión absoluta con todo, yo también lloví. El llanto es bajador, debería decirse que la gente “llueve”.

1 comentario:

Acampante dijo...

linda cronica lloviznera